Por: Oscar Armijo

Vivir y convivir con la discapacidad

En el año 2018 mi estado de salud se deterioró bastante al grado que mis piernas, como consecuencia de una serie de malas decisiones (de las que he hablado en otras columnas), cedieron casi por completo, llegando a la conclusión de que no podían mas; así, a pesar de mis cuatro cirugías, uno de mis mayores miedos se había materializado. Debo admitir, con vergüenza, que durante mi niñez y parte de mi adolescencia observaba con detenimiento a las personas con discapacidad y pedía con todas mis fuerzas nunca estar en una situación similar; la idea de tener cierto grado de dependencia hacia otra persona me aterraba. En ese momento, era indiferente ante sus necesidades y poco me interesó, mientras cursaba la licenciatura en derecho, abogar por sus derechos. Sin embargo, la vida da muchas vueltas y es hasta ahora que puedo ver la otra cara de la moneda, el panorama completo.

La discapacidad es al parecer un tema que está de “moda” y una mayoría habla y opina como si fuera experta en la materia. Son numerosos los videos en redes sociales evidenciando algún tipo de maltrato o discriminación hacia personas con discapacidad, así como las campañas de ayuda y concientización que aparecen con cierta regularidad; empero, son pocas las personas que verdaderamente se involucran y luchan todos los días por la defensa y protección de este grupo vulnerable.

Porque la realidad es que las personas con discapacidad no sólo se enfrentan a sus propias limitaciones, sino también a la apatía y el desconocimiento generalizado del tema, latente en la sociedad mexicana. Penosamente, la discapacidad está en la agenda de los políticos únicamente en épocas de campaña, y ni hablar de la legislación aplicable, ya que aunque pareciera que hemos avanzado lo suficiente y que nuestro marco jurídico se nutre constantemente, la situación actual es completamente distinta.

Para muestra de lo anterior, basta intentar acceder al transporte público o desplazarse por las calles en la mayoría de las ciudades mexicanas, por ejemplo, en silla de ruedas, para demostrar que estamos bastante lejos de alcanzar los requerimientos mínimos de una sociedad incluyente, volviéndose prácticamente nulo el derecho a la accesibilidad y libre desplazamiento.

Así las cosas, es necesario destacar que el no saber qué es y cómo actuar frente a la discapacidad es un problema cultural y un área de oportunidad muy grande en nuestro de por sí deficiente sistema educativo. Dicho sea de paso, las reformas en materia de educación deberían abandonar su faceta política y enfocarse en lo que verdaderamente importa, como la inclusión, que en el papel se encuentra muy presente pero en la práctica lleva años en el olvido.