El poder de la fe
Por: Oscar Armijo
“En estos momentos tan difíciles no te olvides de tener fe en Dios”. Así concluyó la llamada que sostuve hace unos días con una persona a la que aprecio sobremanera. Inmediatamente después de colgar, me quedé pensando sobre como solemos vincular el concepto de la fe con la religión.
Como el grueso de los mexicanos, provengo de una familia que se considera católica, pero a decir verdad, desde hace años dejé de asistir con regularidad a misa; de igual forma, son contadas las ocasiones en que me he confesado o que he participado en el sacramento de la eucaristía.
A pesar de estas circunstancias, el permanecer alejado por tanto tiempo de las celebraciones religiosas no ha menguado ni debilitado mi fe. Por el contrario, esta se ha renovado con cada experiencia vivida, y se ha convertido en la fuerza que me motiva día con día a seguir esforzándome.
Es por eso que estimo que la fe no puede considerarse exclusivamente religiosa, y entre ambos conceptos, fe y religión, existen ciertas diferencias que resulta necesario destacar. En primera instancia, el carácter personal de la fe no es relevante para la religión, la cual consiste más en un fenómeno comunitario que del individuo concreto.
La religión es determinada generalmente por el lugar en el que una persona nace y se desenvuelve y por ello juega un papel fundamental como factor de cohesión social. En este orden, los ritos religiosos se convierten en cauces de identificación colectiva, mientras que la fe se enfoca más en la vivencia de cada ser humano.
En consecuencia, la fe no puede imponerse, es una decisión libre y voluntaria que emana de la individualidad de la persona. Se vincula además íntimamente con el amor, porque el amor significa entrega y la fe es la entrega de nuestra esperanza. Así pues, tener fe se traduce en la certeza de lo que nos espera y convicción en lo que a simple vista no se ve pero de lo que en el corazón cada uno está seguro.
Antes de concluir, me gustaría resaltar la importancia de la fe actualmente. Debemos tener fe en que la tormenta pronto pasará y que el cielo amanecerá nuevamente despejado. En lo personal, cuando todo parece perdido, tener fe me ha permitido volver a encontrar el camino.