Por: Oscar Armijo
Mi experiencia universitaria (y como no debería haberla vivido)
Desde muy temprana edad destaqué académicamente; siempre estuve acostumbrado a tener el mejor promedio en cada ciclo escolar y a ser reconocido por otros como una persona “brillante”, “ejemplar” y “sumamente inteligente”.
Estos calificativos, en conjunto con mi falta de seguridad, derivada principalmente de mis tics nerviosos y mi obesidad, me orillaron a refugiarme en esa “inteligencia” que tanto mencionaban y convertirla en un instrumento para defenderme, denostar y tratar de humillar a quienes me rodeaban. Por lo mismo, el rechazo de mis compañeros era constante y me fue imposible socializar adecuadamente. Durante mi tiempo en la universidad esta situación no fue diferente.
Mi hermana, quien había estudiado en la misma institución, fue el mejor promedio de su generación, y al ingresar años después a la licenciatura en derecho, me propuse igualar su logro.
La presión por obtener buenas calificaciones y convertirme en el mejor marcó, desde el primer día, el rumbo que tomaría mi educación superior. Ahora que lo analizo con más calma, debo admitir que no la pasé bien durante la universidad.
Estuve durante cinco años sometido a demasiado estrés y ansiedad; era tan grande mi miedo a fracasar, que rechacé valiosas oportunidades para trabajar durante la carrera, minimizando la importancia que reviste poner en práctica todo ese conocimiento que día con día se va adquiriendo.
Me privé de disfrutar esta etapa de mi vida, de asistir a reuniones y eventos, de conocer más a mis compañeros de aula y de permitirles que me conocieran más allá de mi obsesión por obtener las mejores calificaciones. Esa idea absurda de que un número es lo más relevante, me impidió asistir a la que sería (sin saberlo en ese momento) la última celebración de cumpleaños de mi madre.
En cada clase, tarea o examen, experimentaba esa necesidad de probar que era un alumno eminente. Escuchar los halagos y felicitaciones de mis profesores y recibir cada semestre el reconocimiento como el mejor promedio de mi salón, alimentaban una falsa personalidad que había construido con los años, ante mi creencia de que no podía sobresalir en otra área que no fuera la académica.
Como dice la canción de Julio Iglesias, durante mi formación profesional me olvidé de vivir. No puedo negar que se ve bien ese promedio en mi certificado de estudios, pero el costo fue demasiado alto.