Por: Oscar Armijo
Crónica de una conexión frustrada…
Tengo la pésima costumbre de levantarme todos los días por la mañana e inmediatamente desbloquear mi teléfono celular.
Primero reviso mis redes sociales (Whatsapp, Facebook, Twitter e Instagram) para verificar si tengo mensajes o algún tipo de reacción en mis publicaciones.
Debo admitir con vergüenza que en ocasiones de no encontrar algún tipo de interacción me frustro, pues pienso absurdamente que nadie quiere comunicarse conmigo.
Después de superar esta sensación temporal de zozobra debido a mi escasa popularidad, accedo a los portales digitales de diversos periódicos internacionales, nacionales y locales (sin olvidar visitar Presente Morelos) para leer las noticias más relevantes e informarme sobre los acontecimientos políticos, económicos, sociales y culturales de mayor impacto en el mundo.
Unos cuantos videos en YouTube o películas y series en alguna plataforma de streaming acompañan mi rutina diaria. Por lo general todo transcurre con normalidad, pero hay “trágicas” ocasiones en que de pronto la conexión a internet se va. Son momentos de aguda tensión pues el miedo y la desesperación se apoderan de mi cuerpo.
Inmediatamente intento solucionar el problema utilizando mis datos celulares pero la recepción en mi casa es mala. Entonces reinicio mi teléfono, desactivo y vuelvo a activar el wi-fi en mi celular, activo y desactivo el modo avión, pero nada parece funcionar.
El malestar va en aumento, pido ayuda para que revisen el módem y parece que ahí radica el problema. Recuerdo haber pagado el servicio de Internet pero no tengo forma de corroborarlo.
En consecuencia, grito y comienzo a sollozar, el resultado es visible: la conexión está muerta. Respiro profundamente en un nuevo intento por calmarme; espero cinco minutos para poder abrir cualquier página web pero nada sucede.
Aguardo un tiempo ahora más largo, albergando la ilusión de que cargue cualquier red social, pero el resultado es el mismo. Me resigno cuando en el centro de atención telefónica me aseguran que es un problema generalizado o, cuando en el peor de los escenarios, se necesita programar una visita para que el técnico revise mi módem.
Desvanecido mi último ápice de esperanza, esta es la crónica de una conexión frustrada. Es innegable que Internet se ha convertido en una herramienta de comunicación, de trabajo, y de información que facilita la realización de diversas actividades y que ha modificado la forma de relacionarnos con otras personas.
Al navegar por la red, solemos implicarnos, en la mayoría de los casos, en situaciones positivas que impactan en nuestra calidad de vida. Sin embargo, no se puede soslayar que su uso excesivo ha generado en los últimos años una dependencia (no empleo el término “adicción” porque es bastante controvertido) en muchas personas al grado que les impide abstenerse o moderar su consumo.
En ocasiones, pasar grandes cantidades de tiempo frente a ordenadores, teléfonos, tabletas u otros dispositivos implica dejar de lado otro tipo de actividades cotidianas e interfiere en las relaciones sociales y familiares. Incluso se ha estudiado el impacto negativo que tiene el uso desmedido de Internet en la salud mental y el estado de ánimo. En consecuencia, debemos sacar provecho de forma positiva de las nuevas tecnologías.
El internet ofrece múltiples ventajas y soluciones pero es importante aprender a controlar nuestro tiempo de conexión en la red, diversificar el ocio, no ocupar en ella todo nuestro tiempo libre y delimitar los sitios o momentos en los que usamos nuestros dispositivos electrónicos.
Los padres también enfrentan un gran reto, ya que deben inculcar en sus hijos un uso moderado y responsable del Internet y de las redes sociales. Bien dicen que todo en exceso es malo, y un uso irresponsable de los avances tecnológicos puede resultar dañino.