Por: Oscar Armijo
¡Alcanzar la luna!
Un niño miró por primera vez al cielo y quedó impresionado por lo inmenso que era el espacio. A partir de ese momento, se dedicó a admirar diariamente cada una de las estrellas que en el cielo brillaban y de noche a la luna contemplaba.
Años después, cuando su madre lo cuestionó acerca de su pasión por el cielo nocturno, él, con una voz ronca que había ya dejado de ser la de un infante, le contestó: “Cuando era pequeño pensaba que tal vez tendría que mirar por siempre el espacio desde la Tierra, pero conforme pasaba el tiempo me di cuenta que podía aspirar a más, y ahora, cada que miro al cielo, tengo la certeza de que pronto alcanzaré la Luna”.
Bien dicen por ahí que se vale soñar, pero si algo he aprendido es que las cosas no se dan “por arte de magia”. No dudo que existan los golpes de suerte, incluso creo en el destino y la casualidad. Sin embargo, después de mucho tiempo esperando sin éxito a que lo bueno llegara a mi vida, fue con esfuerzo y dedicación que los cambios positivos comenzaron a hacerse presentes.
Es normal que en ocasiones, por diversas circunstancias, nos sintamos cansados o sin ánimos de seguir adelante; es común también que por momentos nos desviemos del camino que nos conduce a la consecución de nuestros propósitos.
En estos casos, podemos parar momentáneamente para recargar baterías y darnos un respiro, pero jamás abandonar la contienda. Aunque en nuestro andar nos tropecemos con numerosos obstáculos, también encontraremos motivos suficientes que nos impulsen a romper las barreras de la ilusión para materializar nuestros sueños.
Tal y como lo escribió Rudyard Kipling: “Si en la lid el destino te derriba; si todo en tu camino es cuesta arriba, si tu sonrisa es ansia insatisfecha, si hay faena excesiva y vil cosecha, si a tu caudal se anteponen diques, date una tregua pero no claudiques”. Palabras que me impactaron con tanta fuerza al grado que las convertí en mi filosofía de vida.